Locus amoenus (lie to me)

Despacio. Lentamente, con la brisa en nuestros hombros. Con la hierba en nuestros pies, surcando un instante de sol, un instante nuestro. El mundo sigue, claro. Hay familias en las colas de los museos, de los cines. Grupos sentados en cafeterías, sí... Pero este momento es nuestro; es nuestro porque todo hasta ahora nos ha conducido aquí y estará presente en el resto de nuestros días, compartidos o no. El mar mira de reojo, pretendiendo disimular. Los canales de tv siguen transmitiendo, hay gente amontonada de pie en autobuses, es cierto... Pero vamos a hacer que no existan. Vamos a poner un piano de fondo, toda la soledad de todos los mundos alrededor y vamos a engañarnos. Vamos a engañarnos sin cinismo, a engañarnos de verdad. A pensar (y vamos a creerlo realmente) que no moriremos solos, que no ha sido la casualidad la que nos ha puesto aquí, que somos algo más que órganos, células y determinismos infinitos y limitaciones, que tenemos alma.

Creamos que tenemos alma. Acariciemos briznas de hierba. Coloquemos el pelo del otro con cuidado por detrás de la oreja. Digámonos las palabras siempre, nosotros, muerte. Nombremos el resto con desprecio, con suficiencia y superioridad. Dame la mano y concede a mi tacto, un tacto como cualquier otro, todo el poder de las sábanas de tu niñez, del aroma de tu abuela, de los panes de domingo y de la tranquilidad de la muerte sobre campos de trigo. Besa mi boca y sigue engañándote creyendo escapar de ti misma, elevarte por encima de piedras, de envidias, de facturas y horas.

Y ahora que anochece, quedémonos, pues si el mundo tiene pies ligeros las estrellas, mentirosas, nos seguirán el juego.